
11 Oct Desconectadas, ¡ja!
¿Estar desconectadas?
La otra tarde estuvimos conversando con unos amigos de la comunidad que han andado por aquí de vacaciones. Uno de ellos, entre risas y bromas, nos contó sus aventuras con el whatsapp y sus hijos; algo así como que con ellos estaba en “pleno curso acelerado”, además de práctico, sobre el tema. No entiendo ni jota al respecto pero nos contaba que una de las hijas había escrito algo en mayúsculas (eso debe significar que está gritando), así que pensó que estaba enfadada cuando realmente no lo estaba; total, nos decía que se estaba volviendo medio loca.
Y desaparecieron las risas y las bromas cuando dijo que en las conversaciones por whatsapp se pierde todo lo que tienen las conversaciones con alguien “en directo”. Se me ocurre que mucho de lo que no dicen las palabras lo dice el tono de voz, por ejemplo, y eso se pierde, por no hablar de la mirada, los gestos, o incluso los ojos lagrimosos. Se pierde, sí, pero por otra parte nos lleva a ganar algo, a descubrir todo lo que aportan las “no palabras” de una conversación en directo.
También hablamos de las prisas, la inmediatez, de la dependencia del móvil al enviar un mensaje y estar mirándolo constantemente hasta recibir la respuesta, por no mencionar la superficialidad o la absurdez del contenido de muchos de esos mensajes, y la “profundidad” que puedo transmitir al otro a al grupo enviando una foto de la ración de rabas que me estoy comiendo en el bar de la playa.
Alguien comentó que le había costado mucho desprenderse del whatsapp y que al principio se había sentido desconectada de los demás, de lo que ocurre a los amigos, a la familia… Y valga el juego de palabras pero me deja un poco desconcertada que una persona se sienta desconectada por no utilizar el whatsapp.
Ese leve desconcierto me llevó a degustar suavemente lo CONECTADAS que estamos las monjas… así, sin whatsapp, sin sms, sin facebook particular, sin entrar en el e-mail tanto como les gustaría a nuestros amigos. Esa desconexión aparente nos lleva a una conexión más profunda, a que surjan “relaciones de un segundo piso” hacia el interior con las demás personas, cercanas y no tanto; hace de filtro donde se va quedando lo que no es tan importante y te deja descubrir lo que realmente cuenta. Te hace valorar y agradecer el hecho de recibir en el monasterio la invitación de boda de una amiga que sabe que no la vas a acompañar físicamente ese día; hace que te emocione que vengan a visitarte y te hablen de embarazo, de vida, y vida en abundancia… Te hace sentir que hay personas para las que cuentas más de lo que creías. Y muchas veces, muchísimas, esa desconexión te sorprende, créeme.
Si eres de quienes piensan que las monjas estamos desconectadas, perdona por estas últimas palabras, pero… ja! estamos más conectadas que nunca.