Visita en Suesa

Preparando una visita

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-¿Isabel?

-Sí, ¡María, cielo!, ¡cuánto tiempo sin saber de ti!, ¿cómo estás?

-Estoy muy bien, ¿qué tal Zacarías?, ¿cómo sigues con el embarazo?

-Todo va fenomenal, me dijeron que es niño, así que puedes imaginar que Zaca está encantado. Tengo las molestias propias dele stado pero en general bien, cuidándome un poco, dejándome querer otro poco más… ¿Y tú?

-¿Yo?,… bueno,… estoy pensando en ir a pasar unos días con vosotros, siempre me decís que vaya y no encuentro el momento. Quizás ahora te venga bien que esté ahí con vosotros, echándote una mano en la casa y demás, como es un embarazo de riesgo por tu edad… Y así nos ponemos al día, tengo algunas cosas que contarte. ¿Cómo lo ves?

-¡Estupendo!, ya era hora de que te decidieras, vente cuando quieras, ya conoces esto y sabes que hay sitio de sobra. Me vendrá muy bien que me ayudes, y si pudieras quedarte hasta que nazca el pequeñajo sería aún mejor.

-Bueno, lo miro a ver, no creo que sea muy difícil.

-Pero, ¿va todo bien?, ¿qué tienes que contarme?, ¿te pasa algo?

-No, mujer, todo bien, mejor hablamos con tranquilidad en Ain Karem. En cuanto arregle aquí algunas cosas me planto en tu casa.

-Muy bien, te esperamos, cuídate. Un abrazo.

-Un abrazo grande, Isabel.

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María recogió sus cosas, preparó el viaje e intentó sosegar su corazón. Necesitaba hablar con Isabel, con esta mujer de profunda fe, que estaba viviendo algo misterioso como es todo embarazo, con el añadido de ser en la vejez, cuando era algo imposible. ¿Imposible?, ¿qué hay imposible para Dios? Ella misma había tenido una vivencia extraña que había transformado por completo su vida y su visión de la misma. «Hágase, hágase», se repetía con frecuencia para ir encarnando en su alma lo que se estaba encarnando en su cuerpo.
Isabel se quedó un poco extrañada, aquella visita tenía algo de especial, podía sentirlo en las entrañas. El niño había empezado a moverse, inquieto, casi alegre. También ella percibía un aroma nuevo a su alrededor, olía a vida, a vida en abundancia. Tenía ganas de mirar profundamente a los ojos de la joven María, siempre había encontrado en ellos la presencia fiel y fecunda de Dios.

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Por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le estremeció en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo:

—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

María dijo:

«Mi alma alaba la grandeza del Señor;
mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.
Porque Dios ha puesto sus ojos en mí, su humilde sierva,
y desde ahora siempre me llamarán dichosa;
porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas.
¡Santo es su nombre!
Dios tiene siempre misericordia
de quienes lo aman.
Actuó con todo su poder:
deshizo los planes de las personas orgullosas,
derribó a los reyes de sus tronos
y puso en alto a las humildes.
Llenó de bienes a la gente hambienta
y despidió a la rica con las manos vacías.
Ayudó al pueblo de Israel, su siervo,
y no se olvidó de tratarlo con misericordia.
 Así lo había prometido a nuestros antepasados,
a Abraham, a Sara y a sus futuros descendientes.»

María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa.  (cfr. Lc 1,39-56)