
22 Feb Un interrogante.
Cuando conocí este monasterio, algo enlazó con un interrogante que latía en mi interior y que me inquietaba tan profundamente como para que me decidiese a dar un paso que cambió radicalmente mi forma de vivir… “No sé qué me pasa. Si tengo una buena vida: amigos, trabajo, me encanta viajar, salir…”.
Así empezó todo… sintiendo algo que no podía dominar, un presentimiento que, el solo hecho de hacerlo palabra, me daba pavor… Pero en el fondo, allí donde sólo alcanzas tú misma, donde no entra nadie más que tú, en ese interior, sabía cuál era el origen de mi angustia…Había conocido otra forma de vivir, que me atraía poderosamente…, pero, a mi pesar, se trataba de un monasterio, se trataba de vivir a la manera de Jesús, dejando todo porque nada de lo demás era comparable.
¿Qué es lo que pedirías para ser feliz?
¿Dinero?, lo tenía.
¿Independencia?, la tenía.
¿Trabajo que te guste?, lo tenía.
¿Amigos, de los buenos?, los tenía.
¿Una familia estupenda?, la tenía.
¿Pareja, novio o similar..? Los había tenido, y lo volví a intentar de nuevo en ese tiempo de tomar la decisión, en el empeño de demostrarme a mí misma que todo aquello del monasterio era una locura… Pero todo era inútil, había conocido el Amor, y ya nada me parecía suficiente, todo se me hacía pequeño, prescindible, grisáceo.
¿Cuál era el problema…?: la gente, yo misma… El miedo a saltar, aunque en aquella época Pedro Guerra me repetía una y otra vez que la lluvia nunca vuelve hacia arriba y escuchando su música me invitaba a saltar, saltar, saltar. Supongo que esa cara que se le queda a la gente cuando le dices que vas a probar un nuevo rumbo de vida, la vida monástica.
El desconcierto, el silencio lleno de preguntas sin hacer con que te miran a los ojos…, las exclamaciones: «¡qué pena!». El ser consciente de que, por primera vez en mi vida, la gente no me entendía y se quedaba expectante esperando el momento en que volviese a la vida «normal».
Pero yo había encontrado mi tesoro escondido… Una comunidad donde se celebra juntas la búsqueda de lo divino, donde se comparte la experiencia espiritual, donde se hace evidente, aun exteriormente, la fuerza unitiva de la Palabra, donde un carisma se vuelve ruta común de un mismo itinerario. Una comunidad desde donde aprender a volar libre al viento del Espíritu, de la Santa Ruah…
«Mira que estoy a la puerta llamando. Si oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa y cenaré contigo y tú conmigo» Ap 3,20.