Fiesta de todos los santos

Todos los santos…

Llegará el día en el que en vez de celebrar la fiesta de «todos los santos» (lo cual significa que no todos lo somos) celebraremos la de «todos santos». Sí, de verdad, no vamos a andar también robándole a Dios la posibilidad de llenarnos el alma de santidad. Que no significa ni beatería ni idiotez, sino eso, santidad, como la de Él, bueno, honesto, sincero, fiel, paciente, misericordioso… Tampoco vamos a pretender tener esos atributos en grado superlativo, pero… unas gotitas…

Y humildes, sí, muy humildes, para reconocernos santos, preñadas y preñados del amor de Dios. Nos cuesta tanto reconocer nuestras bondades que ya no sabemos si ser honestos con la propia persona en la que nos estamos convirtiendo significa ser soberbios. No, venga ya, si la pasta de la que estamos hecha es buena, ¡que es barro cocido por Dios!, luego, a veces, se nos pasa el tiempo de cocción, pero la pasta es inmejorable.

Ser santos… se nos escapa el contenido de tan usado y «malusado». Y cuando decimos «santurrones», ya entonces la cosa se dispara.

Sin embargo somos unos privilegiados porque Dios, cuando nos creó, volcó en nuestro interior un sinfín de posibilidades, de capacidades. Nos miró con cariño y nos dijo, a cada uno en particular (nada de enviar un whatsapp masivo a los de un grupo concreto y cerrado) que nos quería y que qué bien le «habíamos salido». Por eso nos parecemos a Él, ni más ni menos, porque nos llenó de sí mismo, porque somos santos, santas. A cualqueir edad, en cualquier vocación.

Hagámonos todos un regalo, mirémonos al espejo, mejor aún si lo hacemos en grupo, y exclamemos: «¡sí, somos igualitos a ti!».

¡Felicidades por el parecido! 😉