¿Cómo saber que el otoño se acerca?

Hoy el día se ha levantado nublado, septiembre empieza a mediar y el verano enfila ya el tramo final. Todo nos encamina hacia el otoño: anochece primero, amanece más tarde, la cosecha de tomates se resiente y, en cambio, las calabazas están en pleno apogeo. Ya estamos plantando los cultivos de invierno. Los nogales se plagan de frutos, las higueras ofrecen sus productos casi con voluptuosidad… comienza a olerse la nueva estación. Las mareas de septiembre son más grandes, el agua de la mar es mucho más templada y los baños de quienes se atreven a sumergirse en el Cantábrico en estas fechas son más íntimos, y más sabrosos.
Nuestros pueblos están más vacíos de turistas, hay menos prisas, los rostros de aquellos con quienes te cruzas son conocidos, «los de siempre». Y nos contamos lo vivido durante estos meses en los que hemos acogida tanta gente.
La vida va adquiriendo cierta pátina de serenidad, de tiempo ordinario, cotidiano,… bendito…
El teléfono suena menos, igual que el timbre de la portería, hay menos visitas en el monasterio, menos voces en la capilla (tan llena de experiencia tras el paso del verano), más silencio, más quietud.
El deseo de posar el trajín del verano, con sus conversaciones, encuentros, escuchas y miradas se asienta en el alma y buscamos momentos para rumiar lo vivido, lo experimentado. Las conversaciones de las hermanas giran mchas veces en torno a los diversos encuentros que hemos tenido a lo largo del verano: los chavales de los campos de trabajo con su mirada de sorpresa, el grupo que vino a hacer ejercicios y su vuelta a la niñez, los huéspedes con sus mil y una vidas, los amigos y la familia que te situan en tu historia concreta,…

Septiembre avanza a su ritmo, el de siempre, el de pasos mediados, ni muy largos ni muy cortos.

Y Dios, tranquilo, acompañando el final de esta estación. Le tiende la mano a un anciano verano y lo conduce a su descanso, merecido, hasta el próximo año.