Orar

No sabemos orar…

No sabemos orar como nos conviene, dice Pablo de Tarso en una de sus cartas (Rm. 8, 26). Luego nos aclara que el Espíritu está ahí, moviendo hilos, cediendo e inter-cediendo, pendiente de nuestras flaquezas, de nuestros límites.

¡Qué sabio fue Jesús dejándonos el Espíritu! Una presencia cercana, invisible, una luz que «envuelve como un manto».

Cuando no sabemos, cuando no podemos, es viable dejar en manos de la Ruah Santa nuestra humana incapacidad. Eso sí es un seguro de vida y no el de los papeles. Confiar en la fuerza, en la ternura del Espíritu es caminar con las manos libres, abiertas.

Quizás no sepamos orar como nos conviene pero… sí que sabemos intentarlo, poner todos los medios, buscar ayudas, personas, oportunidades para dejar aún más hueco abierto a la Ruah. Sí, eso, hacernos oquedad, sin temor, ya se encargará Él de llenarnos.

Jesús conocía nuestra, y compartía, nuestra condición humana, tan limitada a veces, por eso enseñó a quienes le seguían a orar de manera sencilla y cercana: «orad así: padrenuestro…». A veces estamos tan preocupados en «orar bien» que, sencillamente, no oramos.

Orar no es una concatenación presiosa y precisa de actos, sentimientos y momentos. Orar es un empuje del corazón. Unas veces has de empujar tú al corazón a orar y otras veces es él quien te reclama.

¡Feliz y fecunda tarea!