
01 Sep Elegir vivir con libertad.
Vivir perdonando es una elección, igual que elegir amar o, lo que es lo mismo, elegir vivir con libertad. Como toda elección que implica nuestra vida no es nada fácil. Quienes intentamos hacer de nuestra vida un camino de Evangelio sabemos que esta es una opción exigente. Tal vez el perdón es la parte más desafiante: requiere descalzar el alma, o más bien, desnudarla. Jesús nos dice «si tu hermano, si tu hermana, te ofende, ve y repréndele a solas». Estas palabras de Jesús hacen eco en muchas reglas de vida que posteriormente fueron surgiendo a lo largo de la Historia para ayudar a caminar hacia el Reino. También Juan de Mata lo deja reflejado en la que él escribió; de hecho, el número 23, donde habla de la ofensa del hermano, es uno de los números más largos de su breve regla de vida. Conoce muy bien la vida comunitaria y sabe que el conflicto es parte de la cotidianidad, y que según cómo se gestione ese conflicto la comunidad crecerá o se quedará paralizada, anestesiada, por el rencor o la crítica que destruye.
«Si un hermano hubiese faltado para con otro hermano, esto es, contra otro hermano, y lo sabe solamente el que ha sufrido la injuria, llévelo con paciencia, aunque sea inocente, y cuando se haya calmado la excitación de los ánimos, adviértale y corríjale a solas benigna y fraternalmente hasta tres veces para que haga penitencia de la falta cometida y se abstenga en lo sucesivo de semejantes faltas. Si no quisiera escucharle, dígaselo al Ministro y éste le corrija en secreto, según lo que le pareciere conveniente para su bien.» (Regla Trinitaria nº 23)
¡Qué valentía hace falta para tan noble acto!. Ir donde quien te ha ofendido y decírselo, reconocer tu molestia ante quien te la provocó. Todos sabemos lo que es recibir una ofensa, sentirse herido, herida, por la actitud de tu hermana, por su palabra, por su gesto que percibimos como hostil. Y se trata de las personas cercanas, las que nos llegan más fácilmente al corazón, las que nos pueden dañar con más facilidad. Pero la reacción a la que estamos acostumbrados no tiene nada que ver con esto. Cuando alguien te ofende, el primer impulso es ponerte en frente y buscar alianzas en contra de tu hermano o hermana. Buscar alianzas es fácil, los otros probablemente te comprenderán al escuchar tu relato, tu subjetividad; no es fácil encontrar personas con la suficiente clarividencia como para separar la parte emocional que distorsiona la realidad de la realidad misma. Y si en un gesto de buena voluntad elegimos perdonar, parece que se nos ha enseñado más bien a hacerlo desde el silencio, a callar, a intentar comprender al otro sin comunicarte con él, con ella.
Pero Jesús nos habla de otra cosa, lo de «como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden» nos invita al diálogo no al silencio, al encuentro, no al aislamiento . Pero un diálogo que requiere unas condiciones previas, la más importante calmar los ánimos, no dejarse llevar por la compulsividad del momento. Cuando te sientes ofendido, primero serénate, y luego vete donde quien te provocó el dolor y díselo, desnuda tu alma, reconoce tu vulnerabilidad ante él, ante ella. ¿No es esto libertad?
Tomar esta actitud tiene mucho que ver con entregar la vida, entregarla libremente. Lo que decíamos al principio: elegir vivir con libertad.