
29 Ago Las zancadas del verano
El verano está avanzando a zancadas largas y silenciosas, como si llevara puestas las botas de siete leguas. Son muchos los signos que nos hablan de esta hermosa estación, entre ellos la abundancia de la cosecha en la huerta. Tanto nuestra mesa como la de los huéspedes se llenan de productos naturales, que Dios cultiva en el terreno del monasterio: tomates, pimientos, lechugas, calabazas…
Otro de los signos que avisan de la presencia del verano está en que nuestro coro monástico ha ido llenándose de la oración de numerosas personas. Tantos rostros (muchos nuevos), tantas vidas, tantas historias… Algunas de estas personas orantes se han ido sin que cruzáramos palabra alguna pero la oración, la liturgia, tiene esa capacidad única de vincular corazón con corazón.
Nosotras nos sentimos responsables, somos ministras de la liturgia y tenemos el deber, y la fortuna, de acompañar y empujar en esos tiempos de oración compartida.
Cuando, día tras día, nuestra capilla se llena, es misión nuestra recoger la oración callada o expresa de cada cual y presentarla ante Dios más adelante, cuando en lo oscuro y largo del invierno, con un coro únicamente ocupado por las hermanas, nos encontremos de nuevo la comunidad, fielmente, para celebrar la fe
Nuestro servicio es orar, tanto si vienen otras personas como si no.
Nuestro ministerio es permanecer y acoger humildemente a quien entra en nuestra iglesia; igual que la dejamos, humilde y silenciosamente, partir cuando decide marcharse, quizás sin intención, o posibilidad, de volver.
Acompañamos la oración de quien viene, pero, principalmente, nos acompañamos unas a otras, entre las propias hermanas, fortaleciendo el corazón de la comunidad, haciendo más fecunda la vida de cada una. Solo así podremos también acompañar y ayudar en el camino de otros, de otras.
Oramos porque es algo natural en todo ser humano.
Permanecemos porque es una opción renovada cada amanecer.
Y confiamos, porque Dios nos da un infinito ejemplo al confiar en cada una de nosotras.