
08 Ago Felicidad… ¿o bienestar?
A comienzos de este mes hemos tenido dos experiencias de campo de oración y trabajo con adolescentes, al final de las cuales, les hicimos unas preguntas para saber cómo habían vivido ellos la experiencia. Por la noche, al compartir en comunidad sus respuestas, me llamó gratamente la atención una que a la pregunta “¿qué has echado de menos?” contestaba: a mis amigos.
De repente mi mente empezó a dar vueltas y a llenarse de ideas… ese o esa joven no había echado de menos hacer algo o ir a algún sitio con sus amigos, sino a ellos en sí. Todos sabemos la prioridad que damos a los amigos a esas edades; por tanto mi reflexión fue: ¿ha disfrutado tanto, le ha llenado tanto esta experiencia que ha sentido la necesidad de compartirla con sus amigos?
Y me evoca a María de Magdala, que tras el encuentro con Jesús resucitado, corre llena de sorpresa y de alegría a compartir con sus amigos, los discípulos, esa experiencia tan profunda que le acababa de tocar el corazón: ¡He visto al Señor!
Al hilo de esta necesidad de compartir con los demás lo que nos hace vibrar en lo más íntimo de nuestro ser, me vienen las imágenes del telediario, cientos de personas en altamar esperando a ser acogidas en nuestro continente. Esperando, sí, durante meses, a que los europeos nos pongamos de acuerdo en el porcentaje de inmigrantes que acogeremos en nuestros países, ya que tememos que disminuya la economía, el trabajo, las prestaciones sociales, que aumenten la inseguridad y los robos… Un momento, tememos que nos roben, pero que nos roben ¿qué? Las joyas, la tablet, el móvil última generación; es decir, que nos roben los mil y un objetos de los que nos llenamos porque creemos que nos producen felicidad. Si realmente nos hicieran latir, sentiríamos la necesidad de compartirlos, y no el temor absurdo a vernos desprendidos de ellos.
Entonces… ¿por qué lo llamamos felicidad cuando queremos decir bienestar?