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El primer número de la regla trinitaria

«En el nombre de la Santa e individua Trinidad»

Estas son las palabras que introducen la regla de vida que Juan de Mata escribió para quienes queremos seguir su inspiración, su carisma, dentro de la Iglesia.

Hoy día para cuando nace un niño su madre ya ha pasado muchas horas pensando en el nombre que llevará su bebé. Lo habitual es que antes del parto se haya tomado una decisión, de forma que los baberos con el bordado de su nombre en letras amables esperan al recién nacido en un cajón de alguna cómoda. El criterio para elegir uno u otro nombre es generalmente la belleza de la sonoridad o los buenos recuerdos por ser igual que el de alguna persona querida. Parece que no se piensa en significados más profundos.

El nombre en la Biblia, y en la espiritualidad cristiana, tiene una gran importancia. En muchos relatos bíblicos vemos cómo Dios cambia el nombre al personaje elegido para encomendarle una nueva misión, así Abrán para a llamarse Abraham (padre de las naciones), Sarai se llamará Sara (princesa), Jacob recibe el nombre de Israel (reinará con Dios, el que lucha con Dios), Simón pasa a llamarse Cefas (Roca), etc. El ángel revela el nombre que ha de llevar el hijo de María, Jesús, que significa «el Salvador». Un cambio en el nombre usualmente representaba un cambio en el camino de la vida que la persona estaba tomando. La Iglesia ha mantenido esta costumbre de cambiar el nombre a quien es elegido, por ejemplo, para un cargo como el pontificado: Lotario pasó a llamarse Inocencio III (pontífice coetáneo de Juan de Mata) cuando fue elegido obispo de Roma. Esta práctica se adopta más tarde en la vida religiosa simbolizando el nuevo rumbo que toma la existencia ante la consagración mediante los tres votos de obediencia, pobreza y castidad.

Así, el nombre corresponde a una identidad, una misión, un ministerio. La regla trinitaria comienza exponiendo la identidad que ha de sellar a quienes quieren seguir este camino. Es un nuevo peregrinar en el nombre de la Santa e Individua Trinidad.

Que profesemos a Dios Trinidad es clave para nuestra forma de comprender la existencia. Si el uno simboliza el ego y el dos la dualidad, la competitividad, la comparación, el tres simboliza la integridad, la comunión. Rompe con el egoísmo y la dualidad para desplegar la universalidad y mostrar la integración de la diversidad en el único amor.

Una visión trinitaria de la vida es una mirada que descubre y revela los espacios y actitudes que crean comunión, que crean comunidad.

Dios nos invita a ser co-creadores, a trabajar a favor de la hondura de la comunión. Nos anima a ser iconos con nuestra vida del Amor trinitario, que se da, que se recibe y que dinamiza toda la existencia. Nada sacia el corazón humano más que el Amor. Estamos hechos para Amar, para Amar desde la Trinidad. Para ello es importante caer en la cuenta de lo que proyectamos hacia el exterior, o de lo que guardamos en nuestro corazón. Una persona que se dispone a seguir la regla trinitaria, ha de estar dispuesta a evitar la crítica que destruye y que envenena las relaciones, a huir de la competitividad que obliga a mirar a la otra como un opuesto y no como una hermana, y a escaparse de las comparaciones que inoculan el terrible pecado de sentirse mejor o peor que las demás. Vivir cada día en el nombre de la Trinidad es descubrir la bondad, la gratuidad, la limpieza que nos rodea; es vivir perdonando y vivir agradeciendo.

En el Padre Nuestro pedimos a Dios que su nombre sea santificado. Estas palabras expresan el deseo de que la corriente de Su vida pueda moverse entre nosotras sin estorbos. Por eso tomar conciencia de que nuestra vida está apoyada en el nombre de la Santa e individua Trinidad es un impulso a dejar que el Amor fluya en nuestras relaciones sin atascos, soltando todo lo que bloquea, oprime o ahoga esa llama de hogar.

El Salmo 123 proclama: «Nuestro auxilio es el nombre del Señor». Es un salmo breve, intenso, lleno de fuerza y, sobre todo, de confianza. Una confianza prácticamente invulnerable y Juan de Mata pone su obra, su existencia, bajo el nombre de la Trinidad, no bajo su firma personal, sino bajo la luz de la Trinidad; todo lo que hace, escribe, es, está abandonado en el regazo de la Trinidad, en una confianza fiel e incondicional.