Te dedico este silencio.

El Silencio sana, sosiega y salva. Tres eses entrelazadas, formando una espiral; parece nuestro código genético. Sumergirnos en el silencio nos obliga a encontrarnos con nosotras mismas, con las raíces podridas y con la tierra fértil. También hace que seamos más conscientes de nuestra sed, de nuestro deseo de Más.

Buscamos la austeridad del silencio que se posa sobre nuestra propia tierra y va recogiendo nuestros esfuerzos por madurar.

Un camino (y ahora nos dirigimos a ti, buen Dios) en el que la semilla que pusiste en el interior no sólo puja por salir sino que además remueve nuestra tierra.

Te dedicamos este silencio que no es de temor, Señor.
Es nuestra adoración sincera, nuestra gratitud perenne
porque recibes en ti nuestra vulnerabilidad y la haces bella.
«Soy morena pero hermosa», dice la muchacha del Cantar.
Hoy, buen Dios, estamos de rodillas ante ti,
descalzas ante tu presencia inmensa que eriza nuestra piel.
Y nos quedamos en silencio. Un silencio que no es de temor.
Es el silencio de la creación ante el inicio
de algo nuevo que brota: el día, la luz, o nuestro ser.