Luz

Una de las cosas que más llama la atención de los niños pequeños es la magia de la luz. Se quedan extasiados mirando las simples bombillas, las comunes blancas y las ya increíbles de colores. Ellos las miran, señalando con su dedito e intentando captar nuestra atención. Los observamos, sonrientes ante su asombro, repitiendo con ellos: ¡la luz! Y… ahí nos quedamos. Ya no damos para mucho más; como conocemos el truco…

El misterio de la luz está relacionado con la sorpresa de la verdad. La luz nos descubre lo que hay donde antes no había. Despoja a la nada de su capa y revela las formas y los colores.

Los ojos tienen luz, aunque sólo sea una chispita, la mirada sin luz pertenece al reino de los muertos.

Pero siempre hay luz, a pesar de las nubes plomizas y barrocas que se apoyan sobre las colinas, a pesar de la aparente ausencia del sol, a pesar…, la mañana empuja a la noche, colocándola en otra parte del tiempo y el día comienza a revelar lo escondido.

Es fascinante el ejercicio de no hacer nada, sin prisa por hacer algo, observando y dejándote calar por la claridad que va abriendo el mundo. El proceso lento pero constante de la luz haciendo verdad a su alrededor. Descubrir lo que antes se intuía: una montaña, borrosa, los árboles, la ría tranquila, alguna casa… y poco a poco también los colores, opacos primero, con sus matices después, los mil verdes, los mil ocres, los grises… el milagro del despertar al día.

¡Cuántas veces nos empeñamos en mirar a nuestro alrededor con luz artificial! Cuántas más olvidamos la luz que nace en nuestro interior, vacilante pero eterna.

Siempre hay claridad después de la penumbra. Siempre hay alborada tras el anochecer. Y esa enseñanza, tan manida, tan vieja, se empeña en repetírnosla la creación, experta en luces y sombras, cada jornada, constante, constante. Pero preferimos, cabezotas, aferrarnos a las tinieblas de la vida, como si fuesen una barca feliz que nos transporta a través del río.

No en vano cuando las mujeres parimos “damos a luz”. Traemos más luz a la vida con el nacimiento el nuevo ser, enriquecemos la existencia con algo, con alguien,  desconocido, lleno de posibilidades y futuros, y alumbramos a ese ser con la luz de nuestra presencia en este mundo. En la simpleza de esa expresión se resume, como clase magistral, algo esencial para nuestra vida: ser luz, vivir en la luz, iluminar y ser iluminados.

Hay personas que transmiten luz. Hay personas que, cuando sonríen, modifican la claridad de su alrededor, contagian, ensanchan el corazón del interlocutor, embellecen el entorno, hermosean el momento.

Hay luces que deslumbran y luces que acompañan, luces que anuncian y otras que indican. Casi siempre hay un punto de luz.

Y luego está Jesús, que es la Luz del mundo, la Luz de las naciones… pero eso lo dejo para otra reflexión.