
03 Sep XXIII Domingo Ordinario
Le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo: (Lc. 14, 25)
Renunciar, no está de moda, ni mucho menos. Es una palabra que no resuena bien en nuestro interior y por tanto no la utilizamos en nuestras conversaciones. Parece que el hecho de renunciar a algo es similar a perder la libertad, esa que te permite hacer lo que quieres, sientes o piensas. Sin embargo cada día hacemos renuncias, aunque no pongamos atención en ellas o no las consideremos importantes. De hecho, por aquello de que todo el mundo lo hace, nos conformamos con seguir inercias que nos vacían o nos hieren profundamente. Lo diferente asusta, llama la atención, crea crítica y provoca nerviosismo….
Pero Jesús nos habla de renuncia en el Evangelio. No lo dice de pasada, se detiene, se vuelve a quienes le siguen, hacia quienes le queremos seguir, y, con claridad, explica lo que significa el seguimiento. Habla a mucha gente y no se deja seducir por los números, no pone “paños calientes” a la multitud. Invita a cambiar sus esquemas y a tomar una decisión, a re-enunciar, o re-elaborar, o re-pensar las relaciones, la propia vida, las posesiones… para poder ser discípulo o discípula en verdad y autenticidad. Llama la atención cómo este texto tan incisivo llega hasta nuestros días, a nuestra cultura, fresco como una lechuga; lo entendemos perfectamente, no hacen falta interpretaciones. Lo que sí hace falta es de verdad, tomar esa decisión, que te hace doblar la espalda para tomar la propia miseria, y con ella, ponerse en camino.
El primer paso es desearlo:
¿Quieres ser discípula de Jesús? ¿Reorientar tu vida, tus afectos, tus bienes tu todo hacia su Todo?
Para este camino una oración de la Madre Teresa de Calcuta: