
29 Sep Sábado de la Semana XXV del Tiempo Ordinario
“…entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: -Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres.”
El escenario donde nos coloca el evangelio de hoy es de gran confusión y mucho contraste. Por un lado, la persona de Jesús, su vida y su mensaje, está causando la admiración general. Cualquiera de nosotras se atrevería a decir que Jesús se encuentra es su mejor momento. Ha atraído sobre él el interés de la gente. Todo el mundo quiere verlo, escucharlo, conocerlo.
Y, sorprendentemente, es en un momento como este, de éxito y popularidad, cuando Jesús les habla a los suyos de los peligros que se ciernen sobre él: “Al Hijo del Hombre lo van a entregar”.
No es que Jesús sea un aguafiestas, él sabe vivir el momento presente y disfrutar. Pero no se deja engañar. Conoce los altibajos de la vida, su ritmo de subida y de bajada y también conoce la fragilidad del corazón humano. Por eso no se deja convencer por ese momento de éxito. Sabe que es fugaz y que pasará. Más tarde tampoco se dejará atrapar por el fracaso, porque el fracaso también pasará.
Jesús es capaz de atravesar tanto el éxito como el fracaso, la admiración y el rechazo, acogiéndolos como lo que son: momentos que pasan y sin dejarse atrapar en ellos.
La meta de Jesús no es el éxito ni la admiración. Él caminó y es camino hacía el Amor Absoluto. Su destino es la plenitud de una VIDA con mayúsculas y su objetivo es mostrarnos el camino que conduce hacia esa plenitud que somos pero que todavía no se ha realizado.
Pero nosotras, como aquellas primeras discípulas, seguimos sin entender este lenguaje. Nos quedamos atrapadas en el miedo. Nos creemos dueñas de los éxitos y no queremos dejarlos pasar. También huimos de los fracasos como si pudiéramos escapar de ellos y nos perdemos en estas lucha inútiles.
Oración
Necesitamos contemplarte, Jesús, llenarnos de tu vida, tu mensaje y tu confianza. Dejarnos transformar por tu Palabra. Amén