
22 Sep Sábado de la Semana XXIV del Tiempo Ordinario
“El resto cayó en tierra buena, y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.”
Después de leer esta preciosa parábola nos podemos quedar pensando si somos un tipo de terreno u otro, qué pájaros nos acechan o qué cardos ahogan nuestras ilusiones. Y está bien, porque cuando nos miramos y reflexionamos podemos ponernos en disposición de empezar de nuevo.
Pero también existe otra posibilidad: contemplar la desmesurada generosidad de un Dios que abre la mano sobre cualquier tipo de terreno.
Sí, podemos quedarnos pasmadas ante esa semilla que vuelve a caer a pesar de nuestros pájaros, en medio de nuestros cardos, en la superficialidad de nuestros compromisos…
Contemplar esa desmesurada generosidad nos ablanda y hace de nuestros torpes terrenos pequeñas tierras buenas donde crece y germina la semilla.
El despilfarro de nuestro Dios Trinidad nos brinda oportunidades continuas de abrirnos a su locura de amor. Él no se cansa de sembrar, no deshecha ningún terreno. Vuelve a intentarlo una y otra vez.
Por eso, quizá hoy, en lugar de mirar con preocupación las semillas que no hemos sabido acoger podemos elevar nuestra mirada hacia su mano generosa y abrirnos con ilusión a ese “resto” que vuelve a llover lleno de posibilidades.
Él solo nos pide que seamos tierra buena donde su semilla pueda crecer. No nos echa en cara nuestros pájaros, durezas o cardos (ya sabe que los tenemos). Solo espera acogida para su semilla. La acogida que podemos darle desde nuestra realidad de hoy. Él no espera que seamos una tierra perfecta. Sabe que será su semilla la que nos transforme poco a poco, grano a grano.
Oración
Gracias, Trinidad Santa, por seguir arriesgando ese resto, por seguir buscando ese rincón de tierra buena que hay en cada una de nosotras. Gracias porque tu bondad es infinitamente mayor que nuestra torpeza. Amén.