Sábado de la II Semana de Adviento

“Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo.”

(Mt 17, 10-13)

Este breve evangelio de hoy nos puede dejar un poco desconcertadas. ¿A qué viene Elías aquí? ¿Quién es? ¿Y qué tiene que ver con Juan?

Por eso para empezar es bueno ver en qué lugar del evangelio de Mateo nos encontramos y resulta que estamos en el contexto de la transfiguración. Ese momento tan importante de la vida de Jesús, cuando en plena crisis, en plena encrucijada, Jesús se retira a orar con algunos de sus amigos. Y orando en el monte tiene una profunda experiencia del Amor de Dios en su vida y comprende su misión a la luz de las Escrituras representadas por Moisés y Elías.

Aquí es donde queríamos llegar. Elías representa a los Profetas. Juan Bautista es el último gran profeta al que, como a muchos otros el pueblo, no han querido escuchar.

Los letrados, los entendidos de las Escrituras, los que conocen la Ley, no han sabido reconocer en Juan Bautista a un profeta enviado por Dios. Tampoco van a poder reconocer a Jesús como Hijo Amado de Dios.

Poseer la autoridad y la verdad es siempre peligroso. El poder y la verdad son siempre de Dios y deben permanecer libres. Nosotras debemos acercarnos siempre con humildad y dejarnos conducir por ellas.

Así lo han hecho los Profetas y después los Místicos de todos los tiempos. Ni Dios ni la verdad ni el amor ni el poder ni la bondad ni la sabiduría se pueden poseer ni retener, son siempre inabarcables. Ante Dios no podemos presentarnos más que con las manos y el corazón abiertos, dispuestos a la sorpresa. Porque Dios es siempre nuevo. Cuando nos creemos que ya le conocemos podemos cometer el grave peligro de adorar un ídolo y los ídolos conducen siempre al fanatismo.

Oración

Llénanos, Trinidad Santa, de la sabiduría que viene de ti, libéranos de la codicia, del poseer.