
10 Nov Sábado XXXII
“Jesús les propuso una parábola para hacerles ver que era preciso orar siempre sin desfallecer.” (Lc 18,1)
En el evangelio de hoy nos encontramos con el tema estrella de nuestro cristianismo moderno: la oración. Hay cientos, miles de libros acerca de la oración. Parece que es un tema que no tiene fin, no acabamos de encontrar la clave. Tal vez sea porque queremos algo rápido, fácil y cómodo. Un método que nos eleve unos centímetros del suelo y nos haga sentir en paz al instante. Pero es una paz falsa, algo así como una anestesia. No llamemos a cualquier cosa paz. Queremos meter la oración en la lista de actividades de la semana, y con suerte del día. Algo que hacer y poder evaluar con la inútil escala del bien o el mal. Hago bien la oración o no. Así de inconsistente.
Pero parece que Jesús nos está hablando de otra cosa. No solo en este pasaje sino en todo el hilo conductor del Evangelio. No está de más recordarnos que Dios no es un objeto, sino un sujeto. Más bien, es el Tú por excelencia. Nos invita a tomarnos con hondura la relación con Dios.
Llama la atención las veces que se repite la palabra justicia en apenas ocho versículos. Y llama la atención que aparezca en el contexto de la oración. Jesús nos dice que Dios atiende sin tardar a quienes le piden justicia. Pero tiene dudas de la fe que encontrará. La justicia tiene que ver con equilibrar las relaciones, con recuperar cauces de reconciliación. Así como la fe tiene que ver con la confianza en Dios. Abrir la vida para acompasar Su latir con nuestro latir. Y confiar en que ya se está escuchando la sinfonía,
Oración
Trinidad Santa, sabemos que nos acompañas en todo. Enséñanos a disfrutar de lo que todavía no es maduro, sorpréndenos con todo lo que crece en nuestra vida.