Sábado XXIX del Tiempo Ordinario

“Señor, déjala todavía este año; cavaré alrededor y la abonaré, a ver si da fruto” (Lc 13, 8)

El evangelio de hoy está dividido en dos partes muy claras. La primera es la respuesta de Jesús ante unos hechos que ocurrieron en Jerusalén, en los que algunos judíos murieron a manos de romanos. Jesús no entra en la discusión y alerta a quienes le escuchan del peligro de creerse personas perfectas, mejores que las demás. Jesús les dice que quienes murieron no eran ni más pecadoras, ni más culpables que sus interlocutores.

El texto utiliza hábitos que nos son ajenos, pero la llamada a la conversión se entiende perfectamente. Si juzgamos a quienes nos rodean por lo que hacen o dicen… necesitamos cambiar, necesitamos volver a encontrar el significado de nuestro seguimiento cristiano.

Y en eso andaba Jesús cuando les contó la parábola de la higuera que no produce frutos y que, como parece lógico, hay que arrancar.

Dios nos capacita a cada ser humano para el bien, para el encuentro, para el amor. Pero a veces no entregamos la vida sino que vivimos “de las rentas”, de opciones que tomamos una vez… y nuestra vida se va secando, primero por dentro y más tarde por fuera.

Puede que surja entonces la tentación de querer arrancar lo que se ha cultivado porque no vemos que dé fruto. Pero Dios, como el viñador de la parábola, nos invita una y otra vez a la paciencia, a volver a intentarlo modificando lo que hemos hecho hasta ahora.

En muchas situaciones de nuestra vida hemos de vivir con humildad el aparente fracaso, la fragilidad, cuidarnos cavando y abonando el árbol que somos, y confiar en que el amor de Dios guiará nuestra savia interior para poder dar el fruto deseado a quienes nos rodean.

Oración:

Trinidad Santa, gracias por tu llamada a volver a empezar, a cambiar aquello en lo que no estamos siendo lo que tú nos invitas a ser.