
02 Sep Sábado XXII Tiempo Ordinario
“¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?”
Cómo le gusta a ese fariseo que llevamos por dentro andar fiscalizando lo que hacen las demás, y cuando las “pillamos” cometiendo una falta nos sale esa pregunta que en el fondo es una condena encubierta: «¿por qué haces lo que no está permitido?”.
A la mayoría nos pesan las normas y nos disgusta que nos dominen, que nos señalen con el dedo acusador, pero nos sale casi automáticamente hacer lo mismo, como si las normas que nosotras imponemos fueran más “divinas” que las que nos han tratado de imponer a nosotras. Como si esto de imponer normas fuera lo importante en la vida espiritual.
Las cosas de Dios van mucho más allá de las normas, de lo que está permitido y de nuestros juicios tan estrechos. Si a Dios nos lo ganáramos cumpliendo leyes y preceptos sería un Dios muy pequeño. ¡Y muy cómodo! Pero el Dios de la Vida y la armonía no se interesa por las normas, él se fija más en el corazón, en el amor que le ponemos a las cosas que hacemos.
Porque es en el amor donde más nos parecemos a él.
Las normas, lo que está permitido y lo que no, nos ayudan para manejarnos en el día a día. Nos recuerdan que no estamos solas y que tenemos que cuidarnos unas a otras. Pero no son nada si no pasan por el tamiz del amor y de la circunstancia que vive la persona.
De hecho, las normas pueden convertirse en algo perverso y contrario a Dios, como nos enseña hoy Jesús en el evangelio y la historia tantas veces.
Los fariseos se agarraban a un sinfín de normas de pureza que dejaban excluida a la mayor parte de la población judía. Lo hacían en nombre de Dios. Y eso mismo hemos repetido los cristianos a lo largo de la historia. En nombre de Dios hemos impuesto normas, leyes y condenas de todos los colores.
Oración
Líbranos, Trinidad Santa, de creernos poseedoras de la verdad y de la justicia, que solo son verdad y justicia cuando están en tus manos, no en las nuestras. Amén.