
25 Feb Sábado VII del Tiempo Ordinario
«Os aseguro que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.» (Mc 10,15)
La escena del corto evangelio de hoy nos invita a dos actitudes, poniendo como ejemplo a los niños: ir hacia Jesús y recibir el reino de Dios. Aunque lo hayamos oído muchas veces, y que nos encanten los niños, lo cierto es que nos suele costar seguir su ejemplo.
La cultura en que vivimos nos marea en dos direcciones: la de la planificación y el cálculo, por un lado, y la del abandono a las emociones, por otro. Los niños y niñas no van en ninguna de las dos, sino que se dejan llevar por una intuición más profunda, más del corazón. No es exclusiva de ellos, también los adultos podemos llegar a ella. Pero nos cuesta porque la hemos tapado bajo muchas otras cosas: lo que deseamos, lo que queremos, lo que nos merecemos… También los sentimientos de que no somos dignas, de que tenemos derecho a algo, de que algo tiene que ser de esta manera…
Los niños del tiempo de Jesús se le echarían encima porque veían y sentían su cercanía, su aceptación, su simpatía. En el mundo de los adultos, a eso le llamaríamos darnos cuenta de su amor, y decidirnos a responder amando.
Por otra parte, Jesús nos pone a los niños como ejemplo de quienes acogen el reino de Dios. De nuevo, nuestras ideas de cómo deberían ser las cosas y las personas nos impiden ver que el reino de Dios está en medio de nosotras. Que no tenemos que diseñarlo, construirlo, mejorarlo, sino simplemente recibirlo y acogerlo. Por lo tanto, no tiene que ver con lo que planificamos o sentimos en un momento dado, sino con hacer espacio, dejarnos sorprender, escuchar, estar atentas… dejando de lado nuestro ego.
Oración
Padre bueno, que venga a nosotras tu Reino, que encuentre espacio en nuestros corazones y comunidades.