
23 Jul Sábado de la Semana XVI del Tiempo Ordinario
“Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: -Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.”
Toda nuestra vida, con cada uno de sus proyectos y realidades es este campo en el que hemos sembrado buena semilla. Solo buena semilla. Pero alguien se ha tomado la molestia de venir a sembrar cizaña.
No hay nada tan bueno que no tenga una sombra. Tampoco existe algo tan oscuro que no esconda una chispa de luz. Y cada una de nosotras somos siempre sembradoras de buena semilla, y también de cizaña… La buena semilla la sembramos en nuestros campos. La cizaña, movidas por la oscuridad, la sembramos en los campos ajenos. Lo de sembrar cizaña suele ser algo completamente inconsciente y hasta disfrazado de bien. A veces basta con no hacer aquello que podríamos hacer para llenar de mala hierba el campo ajeno.
Nos duele profundamente encontrar cizaña en nuestros campos. ¡Qué frustración! cuando la vemos asomar allí donde solo debería haber trigo. Y desearíamos arrancarla al instante. Nos estorba para contemplar nuestro hermoso trigo. Esa injusta cizaña se convierte en semilla en nuestras manos. Una mala semilla que procuramos alejar de nuestras tierras. Que derramamos en los campos que no son nuestros. De esta manera la historia no hace más que repetirse.
Para deshacernos de la cizaña hay que dejarla crece en nuestro campo, junto con nuestro trigo. Acogerla y esperar el momento oportuno para separarla y hacer de ella un fuego que caliente. Si tratamos de arrancarla o vivimos como si no existiera, fastidiamos lo bueno que tenemos y alimentamos nuestros límites.
Oración
Enséñanos, Trinidad Santa, a acoger nuestras limitaciones y sombras, junto con el valioso trigo que tú has puesto en nuestras vidas. Amén.